El juicio a
Sam Bankman-Fried, termina con una condena a veinticinco años de prisión y a indemnizaciones de más de once mil millones de dólares por uno de los mayores crímenes financieros de la historia de los Estados Unidos, y la evidencia de que el personaje tiene además cero remordimientos sobre unos actos que seguramente volvería a hacer si pudiese.
Una condena fundamental y muy necesaria a un personaje que aprovechó su popularidad para crear una narrativa de joven genio triunfador hijo de dos profesores de Stanford, invertirlo irresponsablemente en activos sujetos a muchísimo riesgo. Mientras, creó otra compañía y se inventó su propia criptomoneda para tratar de pagar sus propias deudas con ella, y se dedicó a adquirir propiedades lujosas en las Bahamas.
Culpable de todos los cargos. Cuando, en noviembre de 2022, dimitió como CEO de la compañía y fue, un mes después, arrestado en las Bahamas, había sido varias veces portada de revistas de negocios como Forbes o Fortune, había hecho donaciones millonarias a políticos, se había dedicado a esponsorizar estadios con el nombre de su compañía, se había anunciado en los intermedios de la Super Bowl y había engañado a muchísimas personas para terminar huyendo con su dinero.