Sin embargo, la necesidad de discernir cuándo un cliente o el tráfico que genera es realmente
humano o proviene de algún tipo de bot sigue siendo fundamental: los bots se utilizan para todo tipo de fraudes, desde simular tráfico no genuino o enviar spam, hasta generar reviews de producto o manipular encuestas pasando por simular comportamientos colectivos.
El método más razonable de intentar evitar el problema, genera además sus propios problemas de seguridad que precisan de desarrollos tecnológicos complejos, lo que convierte el problema en algo cada vez más paradójico: si cada vez creamos máquinas capaces de hacer más de las cosas que antes solo era capaz de hacer una persona, ¿cómo vamos a poder identificar correctamente a los clientes humanos verdaderos y separarlos de los sistemas automatizados que pretenden suplantarlos?
El problema fue anticipado, curiosamente, por uno de las grandes figuras en el desarrollo de la inteligencia artificial, Sam Altman, cuando participó en la fundación de Tools for Humanity, ahora conocida como World, con el fin de desarrollar herramientas que permitiesen probar la condición de humana de una persona sin revelar sus datos personales. Una propuesta sin duda compleja, que requiere un desarrollo metodológico muy avanzado con el fin de permitir la captación de un dato único, en su caso los patrones del iris, pero no almacenarlos de ninguna manera que pueda permitir un mal uso o algún tipo de apropiación indebida.