Mi columna en
Invertia de esta semana se titula «China: acción y reacción» (pdf), y es una forma de explicar cómo es posible que las restricciones comerciales impuestas al gigante asiático por parte de los Estados Unidos hayan servido, en la práctica, para provocar un avance en la economía de un país que, hoy en día, es ya toda una potencia en lo relacionado con las energías renovables como la solar y la eólica, en vehículos eléctricos y autónomos, en baterías, en robótica y hasta en inteligencia artificial.
¿Qué pasa por la cabeza de unos políticos estadounidenses que pretenden restringir el desarrollo de un país por su capacidad de desplazarlos del liderazgo mundial, pero que lo hacen tan mal y con medidas tan equivocadas y torpes, que consiguen justamente el efecto contrario?
La decisión de iniciar una guerra comercial con
China, algo que ya de por sí resulta verdaderamente difícil de hacer en un mundo hiperconectado en el que la circulación de bienes y servicios es prácticamente imposible de alcanzar y en donde ninguna compañía quiere quedarse sin acceso a un mercado enorme y atractivo, será seguramente estudiada en el futuro como lo que fue: un desastre para el país que la inició.