GM, una de las compañías de automoción más grandes del mundo, acaba de anunciar su decisión de dejar de financiar el proyecto de desarrollo de taxis autónomos
Cruise en el que llevaba más de ocho mil millones de dólares, para centrarse en el desarrollo de vehículos autónomos para la movilidad personal, es decir, para la venta a usuarios finales.
Los empleados de
Cruise están absolutamente ojipláticos ante un giro inesperado que supone un cambio tan importante en la estrategia de la compañía, y que podría transformar la visión de las ciudades y del transporte hacia un modelo claramente menos avanzado, con implicaciones posiblemente muy negativas de cara al futuro.
¿De qué estamos hablando? Desde el primer momento, la visión del vehículo autónomo ha tratado de situarse en un modelo de racionalización del uso del automóvil: dado que la visión de Henry Ford de «un automóvil para cada norteamericano» transformó nuestras ciudades en lugares hostiles en los que la inmensa mayoría del espacio se dedica al automóvil y la circulación se convierte en muy complicada debido a un uso completamente ineficiente, los urbanistas han tratado de plantear modelos en los que el transporte evoluciona de producto a servicio, y los automóviles, en lugar de ser utilizados únicamente un porcentaje del tiempo de alrededor del 3% para pasar el 97% restante aparcados en un garaje o, peor, en la vía pública, pasan a ser explotados de un modo razonable.