El episodio que, tras una lucha de egos llevada al extremo, ha terminado con la prohibición del acceso a X en
Brasil es una de esas cuestiones que a uno le hace plantearse de verdad los límites de la
estupidez humana.
Obviamente, era cuestión de tiempo que un tipo endiosado hasta el límite y en medio de toda una crisis de madurez se encontrase con un juez que cree que sus poderes no deben tener ningún límite, y surgiese una situación como esta, en un contexto, además, carente de reglas de juego claras.
Entre la censura total impuesta por un juez a todo aquel contenido que no le gusta, y la libertad total para publicar cualquier barbaridad que se nos pase por la imaginación, tiene que haber un equilibrio razonable. Ese equilibrio, en este momento, no existe, ni en
Brasil ni en ningún sitio. En ausencia de normas claras más que las que dicta el sentido común, evidentemente constitutivo de delito o inherentemente peligroso. De vez en cuando, llega un juez y decide excederse en sus atribuciones, ordenando por ejemplo la absolutamente injustificada e injustificable detención del CEO de una compañía en cuanto pone el pie en su país acusándolo de todo tipo de nefandos delitos porque simplemente no ha respondido a una petición, o como en este caso, prohibiendo a todo un país acceder a una red de comunicación porque ha decidido embarcarse en una enconada cruzada contra su propietario.